Quizá a alguien pueda parecerle extraño que la Universidad de La Laguna no cuente con una sala de arte universitario. Bien es cierto que dispone de una sala universitaria de arte (o incluso varias), pero ni por su ubicación ni, sobre todo, por su programación, podría considerarse en rigor una sala de arte universitario. En efecto, con frecuencia las salas de arte de las universidades exponen y promueven productos de naturaleza artística muy alejados (por decirlo finamente) de los estándares del arte avanzado. Si las facultades de Ciencias o de Ciencias de la Salud organizaran o promovieran actividades divulgativas o de transferencia del conocimiento amparadas en presupuestos científicos ampliamente superados por el avance de sus respectivas disciplinas estas iniciativas resultarían, cuando menos, controvertidas. Sin embargo, es habitual que las salas de arte que cuentan con el respaldo institucional de las universidades otorguen reconocimientos, realicen convocatorias o expongan obras que en absoluto dialogan con los problemas que hoy se plantea el arte contemporáneo (que no es meramente arte coetáneo). Ciertamente, este hecho no resulta excepcional ni posiblemente inconveniente: la cultura abarca hoy un amplio rango de intereses y actividades, vinculadas a menudo con el mero entretenimiento, y, del mismo modo que el paraninfo no programa exclusivamente música o teatro de vanguardia, por definición difícil de asimilar por el público, su sala tampoco tendría por qué acoger arte contemporáneo. Un tipo de arte, por otra parte, que, a la recíproca y con toda certeza, tampoco podría encontrarse cómodo en ese espacio.
No obstante, parece razonable que la Universidad encuentre un lugar para las actividades artísticas avanzadas. No es fácil: ni el arte contemporáneo se encuentra a gusto bajo el paraguas institucional ni la institución podría mantener este espacio a resguardo de propuestas que -siendo perfectamente legítimas- pueden no resultar coherentes con las directrices, necesariamente excluyentes, que debe darse a sí misma una sala de arte universitario (entendida esta categoría como la que engloba el arte que, al margen del mercado, de las industrias del espectáculo y el entretenimiento y de las concepciones más tradicionales de la disciplina, dialoga y mantiene relaciones dialécticas con los retos epistemológicos y sociopolíticos que plantea a la cultura el mundo contemporáneo). Pero la ventaja con la que contamos en la actualidad es que un lugar para este tipo de arte no tendría por qué ser necesariamente único, ni físico, ni estable: podría ser, y casi sería preferible que lo fuera, un sitio discursivo, un espacio de debate, con vocación nómada, que encontrara acogida en diversos emplazamientos, adaptados a sus diferentes proyectos. No faltan lugares intersticiales de interés y, por suerte, la red permite proporcionar un eje de referencia para estas actividades físicamente dispersas. Por otra parte, esta sala universitaria, al no (pretender) ser la sala de la Universidad, podría convivir con (e incluso incentivar) muchas otras iniciativas provenientes de diferentes planteamientos y sensibilidades.
Un espacio para el arte universitario debe ser lo suficiente flexible como para acoger proyectos que no quisieran verse atrapados entre sus límites institucionales, y debería hacer gala de una coherencia que no podría asegurarse con una gestión democrática o una vocación ecuménica. De ahí que Desubicada sea una sala de arte sin espacio físico, capaz de adaptarse a sus proyectos en lugar de exigirle a sus proyectos que se adapten a sus límites espaciales o corporativos, una sala cuya identidad y coherencia no dependen de una referencia física e institucional sino de una ubicación concreta en la cartografía de los retos culturales. Una iniciativa que parte de unos presupuestos que no se sienten en la obligación de plegarse al consenso que debe presidir la política institucional porque no excluyen iniciativas alternativas y coexistentes. Desubicada nace, en definitiva, del convencimiento de que la irrenunciable coherencia que reclama una sala de arte universitario puede vincularse más fácilmente con una programación (un espacio mental y su reflejo en el espacio virtual) que con un lugar físico.
Desubicada es una sala de arte universitario sin sede, cuyo punto de referencia no se halla en un lugar concreto sino en una práctica característica y una orientación concreta en la cartografía de los retos culturales.