(y otras afinidades electivas)
La generación inmediatamente anterior a la crisis ya la barruntaba. Si no la económica sí, al menos, la de los relatos. Los artistas de la Escuela de La Laguna se anticiparon a la moda del selfie pintando el escenario en el que les tocaba representar el drama de ‘la corrosión del carácter’ (Sennet). Este hábito, si bien no ha desaparecido, ha tendido, como en general el arte del siglo XXI, a lo performático: los artistas canarios ya no se autorretratan en el acto de encontrar un sentido “literario” a sus vidas inciertas, sino que representan “literalmente” ese papel (de reparto) en el escenario de la precariedad.
El modernismo entronizó la categoría de la ‘autenticidad’, el artista, que no encontraba un escenario vital a la altura de sus elevadas expectativas, no dudaba en alienarse para suscribir un compromiso en exclusiva consigo mismo y con su obra. A tiempo completo.
El panorama ha cambiado diametralmente: el artista ya no se entiende bajo el paradigma de la autenticidad sino bajo el del cinismo (Virno): se sabe gestionando unas reglas del juego convencionales y carentes de fundamento pero operativas incluso a la hora de cuestionarlas; se sabe practicando la sobrevivencia (no la mera supervivencia) como un arte que ya no adopta la forma de una obra sino de una pulsión creativa que lucha por pervivir, casi siempre, a tiempo parcial.
(imágenes de José Otero y Alby Álamo)
Listado provisional de participantes:
Alby Álamo
Raúl Artiles
Mª Laura Benavente
Francisco Castro
Néstor Delgado
Lecuona y Hernández
Moneiba Lemes
Rayco Márquez
Ubay Murillo
José Otero
Arístides Santana
Diego Vites